Edificando El Hogar

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tatsumaky
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Edificando El Hogar

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Edificando El Hogar

Sal. 127

“Si Jehová no edificare la casa, En vano trabajan los que la edifican; Si Jehová no guardare la ciudad, En vano vela la guardia. 2 Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, Y que comáis pan de dolores; Pues que a su amado dará Dios el sueño. 3 He aquí, herencia de Jehová son los hijos;Cosa de estima el fruto del vientre. 4 Como saetas en mano del valiente, Así son los hijos habidos en la juventud. 5 Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; No será avergonzado Cuando hablare con los enemigos en la puerta”.

Este salmo es parte de los llamados "salmos graduales" (119-133) que los peregrinos cantaban caminando hacia Jerusalén para asistir a las fiestas religiosas. En Lucas capitulo 2 se nos dice que la familia de Jesús iba todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua, no simplemente para cumplir con la religión, sino como una expresión de su fe genuina y profunda. Los Israelitas solían ir en caravanas, muchas veces como una medida de protección, y mientras caminaban a Jerusalén, juntos cantaban una cantidad de Salmos selectos, incluyendo este.

El punto central del pasaje es la total dependencia de Dios en todos los proyectos. En el caso particular de este Salmo, la atención se centra en el proyecto de la familia. La palabra “casa” en el hebreo tiene la misma raíz de las palabras “hijo” e “hija”, pues los hijos y las hijas edifican una casa y constituyen una familia de la misma manera que las piedras y la madera constituyen un edificio. De modo que, la palabra “casa” en este contexto, no se refiere primariamente a la estructura o edificación donde mora una familia, sino a la familia misma. Se trata entonces, más que de la casa, del hogar.

Y el punto del Salmista es que debemos depender de la bendición de Dios y no de nuestros esfuerzos para levantar y sostener nuestros hogares; de lo contrario, nos esforzaremos en vano. El salmista utiliza dos ilustraciones, la de un albañil y la de un centinela. La función del primero es construir, la del segundo vigilar o cuidar. Sin la ayuda y la bendición del Señor, en vano construyen los unos y velan los otros. De ahí que el salmista presente a Dios como el albañil y el guardián de nuestros hogares. Y debe quedar claro que el punto aquí no es el estimular la haraganería, el echarnos a dormir mientras Dios trabaja, sino el reprender la necedad de tratar de edificar nuestros hogares sin la bendición de Dios, tal como trataron de erigir la torre de Babel, siendo el resultado final confusión y frustración.

Amados padres, a menos que la buena mano de Dios este sobre nosotros, no podremos edificar ni sostener nuestros hogares. Si Dios no es el centro o el núcleo de nuestras familias, estaremos trabajando en vano; estaremos edificando simplemente una casa, pero no un hogar.

Y es aquí en este contexto que el Salmista introduce el tema de los hijos (v.v. 3-5). De ellos se nos dicen varias cosas:

1- Ellos son herencia de Dios: “herencia de Jehová son los hijos”. Otras traducciones dicen que ellos son “don de Jehová” (LBLA), lo que implica que ellos no son un estorbo en nuestra vidas, sino un regalo de nuestro Creador. Bienaventurados somos cuando Dios llena nuestra aljaba de ellos.
2- Ellos traen alegría a nuestros hogares: “Cosa de estima el fruto del vientre”. Hay regalos que aunque buenos, no son agradables ni placenteros. Pero este no es el caso. No es que simplemente nuestros hijos son un regalo, es que además son fuente de gozo, alegría y encanto en nuestros hogares. En una ocasión un hombre rico dijo a uno pobre que tenia muchos hijos: “Estos son los que hacen pobre al rico”. Pero el pobre le respondió: “No, señor, estos son los que hacen rico a un pobre, porque no hay uno solo del que quisiera desprenderme por toda la riqueza de usted”.
3- Ellos son nuestra responsabilidad como padres: “herencia de Jehová son los hijos; Cosa de estima el fruto del vientre”. Del verso 3, específicamente de las palabras “hijos” y “vientre”, se infiere que se está hablando a los padres, a aquellos que han sido usados por Dios para traer hijos a la existencia. Dios nos dice que, como criaturas racionales y responsables, Sus excelentes dones exigen nuestra responsabilidad. Así que, el ser padres es tanto un privilegio como una responsabilidad.

Y esta responsabilidad queda expresada en el verso 4: “Como saetas en mano del valiente, Así son los hijos habidos en la juventud”. Los hijos son comparados aquí a saetas o flechas en las manos de un guerrero. Esto es sumamente interesante, pues las flechas se dirigen al blanco que nosotros los padres apuntemos. Bien dirigidos tendrán la bendición de Dios, pero mal dirigidos, traerán ruina sobre los mismos padres y sobre todo, sobre ellos mismos. Pero recuerda que “bien dirigidos” es más que tratar de que ellos prosperen materialmente en esta vida, pues de nada sirve que ellos ganen el mundo entero si al final pierden la bendición de Dios y sus almas. Los dirigimos bien cuando los preparamos para la eternidad, para su encuentro con Dios.

Así que, si tienes llena tu aljaba (caja portátil para flechas), míralo como una oportunidad que Dios te da para dirigirles y mostrarles el camino que ellos deben seguir para obtener la bendición de Dios: “instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Prov. 22:6).

Amado Padre, si por el testimonio de La Escritura y de tu conciencia has podido ver esta noche que no has estado dirigiendo bien a tus hijos, estás a tiempo; abandona tu método y abraza el método que Dios ha establecido en Su palabra. Solo de esa manera podrás enseñarles a edificar sobre la roca. Proverbios 14:26 dice: “En el temor del SEÑOR hay confianza segura, y a los hijos dará refugio”.

Tu amado hijo, no voy a asumir que no vas a entender mis palabras por tu corta edad. Timoteo aprendió desde la niñez las sagradas Escrituras. Así que, presta atención a mis palabras. Si por la palabra de Dios te has dado cuenta de que has sido mal dirigido, no pierdas la esperanza. Dios promete encaminar a los humildes, a aquellos que se someten a Su voluntad. Deja que Cristo te dirija y comenzarás a experimentar lo dulce de aquella promesa que dice “aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, El Señor me recogerá”.

Abrazos, JJP
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