Evidencias de un nacido de Dios

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tatsumaky
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Evidencias de un nacido de Dios

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NACIDOS DE DIOS
Basado en 1 Juan
Introducción

La Biblia enseña que el hombre natural, es decir, el hombre sin Cristo está espiritualmente muerto. Este no puede ni entender, ni desear, ni escoger a Dios ni a Sus caminos. Su propia naturaleza caída le lleva siempre a preferir las tinieblas antes que a la luz. Por tanto, algo sobrenatural debe ocurrir en este para que pueda entender, desear y buscar a Dios. Es aquí donde entramos al campo del nuevo nacimiento.

Juan nos dice en el capítulo 3 de su evangelio, que el que no nace de nuevo, ni puede ver, ni puede entrar en el reino de Dios. El nuevo nacimiento es entonces en esencia un cambio de naturaleza, donde Dios, por medio de Su Espíritu, quita el corazón de piedra que ni entiende, ni desea, ni busca a Dios y pone un nuevo corazón que es capaz de ver y entrar al reino de Dios. Por lo tanto, “lo que nos hace cristianos no es algo que nosotros hacemos, sino algo que Dios hace en nosotros: el nuevo nacimiento” MLJ.

La Biblia utiliza varios sinónimos para referirse a esta obra sobrenatural

 Regeneración (Tito 3:5).
 Ser nacido del Espíritu (Jn. 3:3-6).
 Resurrección de entre los muertos (Ef. 2:1).
 Nueva creación (2 Cor. 5:17).
 Traslado de las tinieblas a la luz (1 Ped. 2:9).
 Ser nacido de Dios (1 Jn. 5:1).

Quiero llamar la atención sobre el último sinónimo: nacidos de Dios. La razon por la cual quiero llamar la atención sobre este nombre es porque nos da a entender que cuando una persona nace de nuevo es hecha participe de la naturaleza divina, según nos enseña 2 Ped. 1:4. Por tanto, el nacer de nuevo tiene que hacerse evidente a través de ciertos frutos o resultados. La Biblia, específicamente en 1 Juan, menciona de manera explicita las evidencias de que este cambio de naturaleza ha realmente ocurrido en un corazón de una persona.

¿Cuáles son las evidencias de una persona que ha nacido de Dios? Juan enlista 5: cree que Jesús es el Cristo, no practica el pecado, practica la justicia, ama a los hermanos y vence al mundo.

Veámoslas en detalle:

I- Cree que Jesús es El Cristo: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él” (1 Jn. 5:1).

La primera evidencia de este cambio milagroso de naturaleza es que cree que Jesús es el Cristo. Esto debe ser visto desde dos perspectivas, una histórica y otra general:

1- La perspectiva histórica de la declaración. Una de las características más importantes de 1 Juan es que el apóstol lucha contra una de las más grandes herejías existentes en su tiempo: El gnosticismo. El gnosticismo tenía una mezcla de ideas, ideas cristianas e ideas griegas. Los griegos solían enseñar que la materia era mala y que el alma era buena y que por lo tanto, dado que el cuerpo es materia, El Cristo no pudo haberse hecho carne. Ello decían entonces que Jesús, el hombre, no era el Cristo, sino que portaba al Cristo. El Cristo entró a Jesús para el momento de Su bautismo y le dejó cuando Jesús entrega Su espíritu. Es por esto que Juan dice en 1 Jn. 4:3 que todo aquel que dice que Jesús no ha venido en la carne no es de Dios. Pero confesar algo como esto era evidencia de que no se había conocido la luz y que por lo tanto, no había nacido de Dios, quien es luz. De hecho, a quienes enseñaban tal cosa, Juan les llama “anticristos” (2:22).

2- La perspectiva general de la declaración. La palabra “Cristo” es la traducción griega de la palabra hebrea “Mesías”, la cual significa “Ungido”. Jesús dijo: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos” (Lc. 4:18).

¿Qué implica el ser “ungido”? En el Antiguo Pacto se solían ungir con aceite a tres tipos de personas: Los profetas, los sacerdotes y los reyes. Este ungimiento simbolizaba tanto el nombramiento como la comunicación del Espíritu para prepararlos a estos para el oficio. Pero Dios había establecido que estos tres oficios serian ejercidos por personas distintas, es decir, el Rey era simplemente rey, pero no podía se sacerdote a la vez, ni viceversa. La única excepción en todo el Antiguo Testamento fue el enigmático personaje llamado “Melquisedec”. De Jesús se dice que El es Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec precisamente porque es Rey, Sacerdote y Profeta a la vez:

Por lo tanto, la palabra “Cristo” presenta a Jesús como:

a) Jesús como Profeta. El oficio principal de un profeta era ser un portavoz de Dios, es decir, el encargado de dar a conocer Su voluntad al pueblo. Dios se dió a conocer en tiempos pasados a los padres por los profetas, pero en estos postreros días se ha dado a conocer por el Hijo, Aquel que es el resplandor de Su gloria y la imagen misma de Su substancia. Jesús es “El Verbo de Dios”, es decir, la expresión de Su pensamiento hecho carne y por lo tanto, El es el punto más alto de la revelación de Dios. El es el gran profeta de Dios, aquel profeta de quien habló Moisés y dijo: “El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo”.

b) Jesús como Sumo Sacerdote. El oficio principal de un sacerdote era ser un mediador que intercediera ante Dios a favor del pueblo en virtud del sacrificio ofrecido. Jesús, cual Sumo sacerdote, se ofreció a Si mismo, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante para redimirnos de nuestros pecados. El es el sacerdote que ofrece el sacrificio a Dios por nuestros pecados y a la vez es el sacrificio que borra nuestros pecados. No solo eso, en virtud de Su perfecto sacrificio, ahora está a la diestra del Padre intercediendo perpetuamente por aquellos que le aman.

c) Jesús como Rey. Jesús es El Rey de reyes y Señor de señores. En virtud de su perfecta obediencia al Padre, Cristo fue exaltado hasta lo sumo y sentado a la diestra del Padre y se le ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, para que en Su nombre toda rodilla se doble y toda boca confiese que El es el Señor.

¿Cuál es la primera evidencia de aquel que ha nacido de Dios? “Cree que Jesús es el Verbo de Dios, el Sumo sacerdote y el Rey de Reyes. Pero debemos entender que “creer” aquí es más que tener información, se trata de “recibir”: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12). Creer que Jesús es el Cristo implica entonces escuchar Su voz y seguirle, dado que El es El Profeta de Dios; implica abrazar el sacrificio perfecto de Cristo como la realidad por la cual mis pecados son borrados y en virtud de ello, tener la confianza de que El intercede por mí. Juan no solamente dice que “El es la propiciación por nuestros pecados”, también dice que si hemos pecado, “abogado tenemos para con Dios, a Jesucristo”, nuestro Sumo Sacerdote; implica recibirle como el Rey de nuestros corazones, como aquel que gobierna cada esfera de nuestras vidas. Si no has recibido o abrazado a Cristo como Profeta, Sacerdote y Rey en tu vida, entonces no hay evidencia de que hayas nacido de Dios.

“En conclusión, creer que Jesús es el Cristo implica creer que es en Cristo y solo a través de El como podemos ser salvos” MLJ. No hay cristianismo sin esto. La iglesia no es un club social lleno de moralistas, se trata de una clínica de pecadores que creen con todo su corazón que Cristo y solo Cristo, por su muerte y resurrección, nos limpia de todo pecado. Por más activo que seas en la iglesia, si esto no ha sucedido en tu vida, entonces no has nacido de Dios.

II- No practica el pecado: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Jn. 3:9; 5:18).

La segunda evidencia de aquellos que han sido hechos participes de la naturaleza divina es que no practican el pecado. Ahora bien, debemos hacer lo que solía hacer el Dr. Lloyd Jones, a saber, definir lo que no significa este asunto y luego ver lo que significa, para que no perdamos la esperanza.



Lo que no significa:

1- Por un lado, no significa que el creyente no peca. De hecho, es en esta misma epístola de Juan que encontramos que todo aquel que dice que no tiene pecado es un mentiroso y no camina en la esfera de la luz o la verdad: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (1:8). El punto es que el que dice que no peca ya está pecado, pues está andando en engaño, y no solo se engaña a si mismo, sino también que hace a Dios mentiroso (1:10).

2- Tampoco significa que el creyente no pueda tener luchas con un pecado particular. Digo esto porque pudiéramos pensar que Dios nos destituiría de Su gracia porque hemos caído muchas veces en el mismo pecado. Pedro preguntó a Jesús si podía perdonar a su hermano hasta 7 veces al día y Jesús le dijo que no 7, sino hasta 70 veces 7. La idea es, si esto es el ser humano, ¿Cuánto mas Dios, quien se deleita en tener misericordia, nos perdonará si confesamos nuestros pecados?: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1:9), pues “abogado tenemos para con Dios, Jesucristo el justo” (2:1).

Lo que significa:

¿Qué significa practicar el pecado? ¿A quien describe? Creo que hay algunas pistas en el libro de lo que implica practicar el pecado:

1- Aquellas personas que no confiesan sus pecados: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1:9). El confesar bíblico implica un acto del corazón, lo que indica que hay sensibilidad y dolor por el pecado. De modo que, toda persona que diga ser creyente y siga pecado sin arrepentirse de corazón, siendo esto un estilo de vida, posiblemente la gracia no está allí.

2- Aquellas personas a los cuales la promesa de perdón de Dios no les lleva o constriñe a obedecer a Dios, sino a usar la gracia como una licencia para pecar. Juan dice en varias ocasiones en esta epístola que uno de sus propósitos al escribir es “para que no pequéis” (2:1), pues “todo aquel que tiene esta esperanza se purifica a si mismo” (3:3).

3- Aquellos personas que son controladas por Satanás. 1 Jn. 5:18 nos dice: “Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle”. El ser guardados por Dios y el no ser tocados por el maligno son presentados como la idea contraria de no practicar el pecado. La idea es, cuando la mente, el corazón y la voluntad de una persona son gobernados por Satanás, a tal punto que nuestros cuerpos son presentados como instrumentos de injusticia como un estilo de vida, estamos dando evidencia de que somos esclavos del pecado y de Satanás.
Así que, en conclusión, es imposible que un nacido de Dios peque sin arrepentirse o confesar sus pecados de corazón; es imposible que el nacido de Dios el perdón de Dios no le lleve a reverenciar más a Dios y es imposible que el nacido de Dios sea gobernado por Satanás. No es lo mismo que el pecado viva en mi a que yo viva en el pecado.

III- Hace justicia: “Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1 Jn. 2:29).

Es interesante notar que Juan no solo expresa que el nacido de Dios no practica el pecado, sino que también, de manera positiva, practica la justicia. ¿Qué es la justicia en este contexto? Creo que “justicia” en este contexto se refiere a la justicia moral, es decir, a guardar los mandamientos de Dios. De hecho, es precisamente al camino de los mandamientos de Dios que el libro de los salmos llama el camino de justicia (Sal. 119:172). Juan tiene mucho que decirnos al respecto en su epístola:

• “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Jn. 2:3-4).
• “Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Jn. 3:22).
• “Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado” (1 Jn. 3:24).
• “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Jn. 5:2-3).

Este último versículo es sumamente interesante, pues nos muestra que practicar la justicia no es simplemente un asunto de obras externas, sino que sobre todo es un asunto del corazón. Jesús enseñó este mismo principio en el sermón del monte al decir que la justicia del cristiano debe superar a la de los fariseos, los cuales daban limosna, oraban, ayunaban, etc, pero no lo hacían de corazón (Mat. 5:20). Pablo tenía el mismo concepto cuando dijo en Colosenses 3 que “buenas obras”, pero no hechas de corazón, es decir, como para el Señor, son obras de injusticia (Col. 3:18-25).

Así que, en conclusión, practicar la justicia es algo más que hacer obras externas. Se trata de andar en buenas obras como el resultado de un corazón que se deleita en Dios. Es por ello que para que ha nacido de Dios, “Sus mandamientos no <le> son gravosos”. Pero, ¿No dice Pablo en 1 Tim. 1 que la ley no es para el justo? ¿Cómo podemos conciliar estas dos cosas? Creo que podemos explicar esto de la siguiente manera: en el impío, la ley actúa desde afuera, diciéndole lo que este debe hacer y lo que no debe hacer. Pero resulta que lo que la ley le dice que este no debe hacer es precisamente lo que desea hacer y lo que la ley le dice que debe hacer, es precisamente lo que el no desea hacer. Así que, la ley actúa en el impío como un agente externo que le dice que hacer y que no debe hacer. En el creyente es distinto. Dado que el creyente ha nacido de Dios, la ley no es algo externo a el, sino algo que debe esperar se de su nueva naturaleza de manera natural. Pudiéramos decir entonces que lo menos que pudiese esperarse de un nacido de Dios es que obedezca complacidamente la ley de Dios, la cual es santa y buena.

IV- Ama a los hermanos: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios” (1 Jn. 4:7).

¿Quieres saber si has nacido de nuevo? ¿Quieres saber si has nacido de Dios? Juan nos dice que un signo inequívoco de un nacido de Dios es que ama a los hermanos. De hecho, como lo ha expresado Lloyd Jones, se trata de la evidencia o la prueba más definitiva. Más definitiva que la ortodoxia, pues es posible creer lo correcto y sin embargo no ser creyente; más exhaustiva que la fe, porque pudiéramos tener toda la fe para mover una montaña y si no tenemos amor, entonces de nada nos sirve; mas completa que la conducta, pues el hecho de vivir vidas responsables y morales no garantiza que seamos verdaderos cristianos.

Ahora bien, el enunciado es muy general, bajémoslo a lo particular, especialmente porque el amor no es presentado aquí como un sentimiento abstracto, sino como un sentimiento concreto, tan concreto que se manifiesta en obras: “Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (3:18). Juan nos dice que el profundo amor de Dios por Sus hijos se manifestó en que El entregó a Su Hijo Unigénito para ser la propiciación de nuestros pecados. Su amor no quedó solo en palabras, bajó a hechos: “En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de El. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (4:9-10).

Es basado en este sumo ejemplo de amor que Juan aplica y dice: “Amados, si Dios así nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros” (4:11). La pregunta básica aquí es, ¿Cómo se ha de manifestar el amor nuestro hacia nuestro prójimo? Creo que el principio general es claro: Sacrificándonos gozosamente para promover el bien y el gozo de nuestros hermanos: “En esto conocemos el amor: en que El puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él?” (3:16-17).

Amar es entonces más que no hacer daño al hermano, es además estar siempre dispuestos a promover su bienestar físico y espiritual.
Los hermanos de Macedonia son un ejemplo clásico de esto (2 Cor. 8:1-4). Estos hermanos estaban atravesando por una profunda pobreza. Sin embargo, ellos estaban tan gozosos debido a que estaban llenos de la gracia de Dios. De hecho, ellos estaban tan gozosos en el Señor que ese gozo comenzó a rebosar supliendo las necesidades de sus hermanos. ¿Cómo le hemos de llamar a esto? Pablo responde en el verso 8: “No digo esto como un mandamiento, sino para probar, por la solicitud de otros, también la sinceridad de vuestro amor”. A esto Pablo le llama amor. De eso se trata. De estar tan llenos de la gracia de Dios que rebosemos supliendo las necesidades físicas y espirituales de nuestros hermanos, no como una obligación per se, sino como una evidencia de que tengo una nueva naturaleza que se goza en amar.

Y creo que esto no solo debe ser aplicado para con nuestros hermanos, sino también para con nuestros enemigos. Jesús dice: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (Mat. 5:46). Dice además: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mat. 5:44). Amando a nuestros enemigos nos asemejamos mas a nuestro Padre, quien nos amo cuando aun éramos enemigos.

Pero quiero resaltar algo, si somos llamados a ser así para con nuestros enemigos, ¿Cuánto más para con nuestros hermanos? Visto esto desde una perspectiva negativa, Juan nos dice que si no amamos a nuestros hermanos, entonces somos “hijos del diablo”. Si no amamos al hermano a quien vemos, mucho menos a Dios a quien no vemos. Sea este mensaje ahora una oportunidad para reconciliarnos con nuestros hermanos y arreglar cuentas, pues si no amamos a nuestros hermanos, Juan nos dice que al igual que Caín, seremos culpables de ser homicidas.

V- Vence al mundo: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Jn. 5:4).

Todo aquel que ha nacido de Dios vence al mundo. ¿A que se refiere Juan cuando dice “mundo”? Creo que el mismo libro pudiese ayudarnos a inferir de que se trata. Juan describe los elementos que conforman a este mundo: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida”.

No hay que ser muy observador para entender que en este contexto “mundo” implica algo negativo. Se refiere a lo que Pablo le llama “el presente siglo malo”, es decir, a aquella cosmovisión que de manera voluntaria decide darle las espaldas a Dios para ser gobernados por su propia naturaleza pecaminosa, por Satanás. O como lo diría Lloyd Jones, “es todo aquello que se interpone entre nosotros y la glorificación exclusiva, completa y absoluta de Dios”.
Juan dice que el nacido de Dios se caracteriza porque vence a este “mundo”. ¿Qué implica vencer en este contexto? Creo que el mismo versículo en su segunda parte nos da una idea: “y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. Es por la fe que vencemos al mundo. ¿Cómo vence la fe al mundo? Hebreos 11 nos dice que Moisés tuvo dos opciones, o los deleites temporales del pecado o el vituperio de Cristo. Por la fe este prefirió padecer con el pueblo de Dios. ¿Por qué? Porque lo tenía como mayor riqueza. ¿Por qué? Porque tenía la mirada puesta en el galardón, el cual era Dios mismo. La fe que aquí se describe se caracteriza porque ve más riqueza y gozo en Dios que en el pecado. Vivir por fe, mediante la fe y conforme a la fe implica vivir creyendo que Dios me puede dar más satisfacción que el pecado. Todo aquel que ha nacido de Dios todo lo que el mundo ofrece palidece de insignificancia en comparación con el conocimiento de aquel que todo lo llena en todo.

A LOS AMIGOS:

Amado amigo, ha sido evidente a la luz de lo dicho que si no has nacido de Dios, entonces eres hijo del maligno. Pero no tiene por que ser así. Juan nos dice aquí que Jesús, El Hijo de Dios, vino al mundo para deshacer las obras del Diablo. El puede trasladarte de las tinieblas a la luz, porque El es poderoso en salvar. Y si el Diablo quiere engañarte haciéndote pensar que tus pecados son muy grandes como para ser perdonados, recuerda lo que dice Juan: “El mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero”. La promesa es hermosa: Si te entregas a Jesucristo como Salvador y Señor de tu vida, entonces el castigo de tus pecados ya fue llevado por Jesús en la cruz.
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